domingo, 10 de septiembre de 2017

Estado de sitio:

Han sonado ya
Todos los relojes de la sangre.
Y todas las campanas de la ceniza.
Para anunciar la hora
de las pistola y de las lágrimas.
Y todas las almas corrían a refugiarse
junto a sus sombras.
Y junto a sus corazones.
La ciudad es un gran cementerio que gime
con la voz recién cortada.
Y todas las casas son nichos
donde mueren las flores tras las ventanas cerradas.
Todo esta hueco.
Vacío de memorias y de sueños.
Tan solo una maleta de tela medio podrida
adorna la plaza en donde antes jugaban las niñas.
Y de lo demás no queda nada.
No. no queda nada.
Todo es un páramo negro.
Un páramo en donde resuenan el eco de los gritos
En medio de un silencio de plomo.
Un silencio de esos  que duelen en la sangre y en el alma.
Un silencio que arañan las calles y los barrios.
con el afilado perfil de su guadaña.
¡Alerta!,¡Alerta!,¡Alerta!
El asedio comienza.
Y todo el que aun permanezca en la ciudad sin nombre.
no tendrá corazón ni sombra
donde permanecer a salvo de las guadañas.
Ni de las bombas.
¿Es Gernika 1937?  ¿Siria 2016? o ¿Varsoviana 1942?
No. Es la guerra sin fecha ni tiempo.
La guerra de los hombres que devoran hombres
con dientes de plomo y mordiscos de fuego.
La guerra del pan contra la sangre.
La de los vestidos con nido de abeja
contra los uniformes quemados por la metralleta.
La del cordero contra el ave de rapiña.
Y la del fusil contra la lágrima.
Es la guerra fratricida del hermano
desnudando el cadáver de su propio hermano.
El cruel degollamiento de la paloma
con la pinza del alacrán.
La sombra de la ceniza que ronda los peluches
de los niños muertos.
y la de aquellos buitres de plomo y plumaje remachado
que hundían sus picos
en las entrañas calcinadas de los pueblos.
Ya no queda nada solo muerte.

Un pueblo que sangra manos de hombre entre sus grietas.
¡Y la muerte!
Un vacío doloroso y afilado.
¡Y la muerte!
El pecho de una mujer sobre los escombros.
¡Y la muerte!
La ultima pagina de un diario!
¡Y la muerte!


Muerte. Es el eco que retumba entre las ramas de los arboles.
La letanía oscura de las grietas de los templos.
El grito silencioso que retumba en todos los pueblos
que ya son recuerdos.
Que ya solo son fotografías que se olvidan
en viejos libros de historias.

En lo alto de una torre de calaveras de recién nacidos.
Y restos de casquillos de bala.
Un ángel se corta la venas con el filo de una lágrima.
Y se desploma sobre los campos grises
En donde se retuercen los esqueletos de aquellos
que se quedaron.

¡Silencio!
¡Silencio!
¡Silencio!

Sonaron ya. y con una macabra puntualidad.
Todos los relojes de la sangre.
Y todas las campanas de la ceniza.
Anunciando la hora de las pistola y de las lágrimas.

Y después del asedio no quedo ni un alma.
Tan solo una maleta de tela medio podrida
adornaba la plaza en donde antaño jugaban las niñas.

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