martes, 5 de junio de 2018

Serenidad azul.

Quieto estaba el mar
sobre la piel desnuda del paisaje.
Quieto como una frágil
sábana transparente.
Bajo su tela de hilos líquidos
se podía ver el blanco corazón de la luna
latir fuera de su pecho.
Y una procesión de estrellas con las venas al aire
seguir la ruta de los sueños
y de los náufragos romances.
Las pocas olas que había sobre ese mar
convertido en lienzo.
Parecían la estela de un cometa
que agonizaba sobre su propio resplandor.
Y la espuma,
las alas desplegadas de un pájaro muerto.
Quita y serena estaba la mar
respirando lentamente con todos sus pulmones
sobre la bicetrip del agua.
Con ese ritmo de vida entre muerte
y entre realidad y sueño.
Que tiene un comatoso flotando en el océano
de los espejos.
La mar era un cielo bajo.
Y yo me asomé a la profunda ventana de aquel mar
Que oculta entre sus ondas
rebaños de estrellas y nubes que dormían
su sueño sereno y azul
sobre un jardín de corrientes que sangraban
líquidos lapislázulis
por las yagas abiertas de su costado.
La mar estaba quieta.

Más no.  Mi corazón.

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