martes, 19 de junio de 2018

El minero:

El corazón y los pulmones
cubiertos de pólvora y de hollín.
La sangre ya convertida en amarga gelatina.
Y las arterias reducidas
a  un afilado laberinto de cuchillas.
Tus manos reducidas a un intenso dolor de piel.
Tus dedos ya convertidos en pequeños tallos negros
sangran y suspiran carbón
entre los pliegues de sus nudillos.
Tienes treinta años.
Pero tus espaldas llevan el peso de décadas de dolor.
De un dolor intenso y plomizo.
Que se clava como un arpón de cansancio y miseria
sobre tus carnes.
Tus ojos son dos espejos
que han visto muchas veces de cerca
el rostro de la muerte.
Dos espejos empañados por la sangre y por las lágrimas.
Tienes bajo tu lengua el carbon
que ya no arderá.
Y en tu boca un espeso aliento a tierra
se oculta entre tú seca saliva.
Cada noche toses silencios de carbón y amarga tisis.
ahogando tu alma proletaria
sobre el colchón.
Mientras tu respiración y tus latidos
te avisan con acelerados pulsos de una mecha de amargura
apunto de explotar.
Que la mina oculta una guadaña invisble en su interior.
Y que cada hora de tu vida
en sus entrañas,
en una pequeña piedra en la tumba de tu juventud.

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